Desde el viernes la ciudad de Los Ángeles, California, vive jornadas de tensión, protestas y disturbios luego de que agentes federales de migración iniciaron operativos para realizar arrestos sorpresivos en negocios que presuntamente emplean a trabajadores cuya situación migratoria no está en orden.
El domingo el caos fue mayor y desde las oficinas gubernamentales federales el vandalismo que se generó fue ligado específicamente a la comunidad mexicana. La fotografía de un individuo ondeando la bandera de México arriba de un vehículo y con el humo y el fuego a su espalda fue difundida por el Departamento de Seguridad Nacional como muestra de la supuesta presencia de “extranjeros ilegales criminales” en California. Algunos aplaudieron la imagen, otros la condenaron.
En medio de los disturbios y al calor de la furia por la presencia de elementos de la Guardia Nacional enviados por el gobierno de Donald Trump, que dispararon balas de goma y gas pimienta, las señales que se emitan pueden ser equivocadas, pues en el río revuelto no se descarta que algunos grupos sean utilizados como punta de lanza para crear la sensación de que la población mexicana está generando esas escenas.
La mesura y el llamado a la no confrontación tendría que ser la pauta de los líderes de asociaciones y de agrupaciones de latinos que residen en California.
Los enfrentamientos, la quema de vehículos y las protestas violentas solo sirven para alimentar la percepción impulsada desde la Casa Blanca de que los inmigrantes son sinónimos de criminales y, por lo tanto, no merecen residir en Estados Unidos.
Esa narrativa, hay que recordarlo, no es nada nueva. En su discurso del 16 de junio de 2015 —hace ya 10 años—, cuando dio a conocer su aspiración para contender por la candidatura republicana, Donald Trump eligió como objetivo de su campaña estigmatizar a los migrantes que de todas partes del mundo llegan a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades de vida o en busca de ambientes libres de persecución política.
Y de ese universo de migrantes enfocó sus baterías contra la comunidad mexicana que reside en el país vecino, asegurando —desde entonces— que está integrada por criminales, narcotraficantes y violadores.
Diez años han transcurrido y no se ha apartado de ese discurso, que ya le dio un segundo mandato en la Casa Blanca.
Sin embargo, esta vez la situación ha subido de nivel. El gobierno estadounidense ha encendido una mecha sin saberse aún el tipo de explosión que se producirá. Por lo pronto, ayer lunes anunció que mandará a marines a Los Ángeles, medida que fue rechazada por el gobernador de California. Desde México, la presidenta Claudia Sheinbaum pide respeto a la dignidad humana, apego al Estado de derecho y que las manifestaciones se realicen de manera pacífica.
La provocación está en marcha. La prudencia debe imponerse en los connacionales.