Su misión no era sencilla. Se trataba de cartografiar lacon la ayuda de rayos gamma que son producidos por rayos cósmicos (protones y electrones relativistas) que interactúan con el medio interestelar, la luz de las estrellas y los campos magnéticos. El Proyecto COS-B de la (ESA) se trataba, tal como lo definieron sus creadores, de “encontrar agujas en un pajar espacial”, pero hizo historia por varias razones: se convirtió en un proyecto icónico en revelar nuevos datos sobre los rayos gamma a través del primer satélite lanzado bajo la bandera de la recién creada Agencia Espacial Europea (ESA).

Este 2025 se cumplen 50 años de la creación de la ESA. Hace cinco décadas la Convención fue firmada por diez Estados miembros fundadores, hoy son 23 Estados miembros, tres miembros asociados, cuatro Estados cooperantes y un Acuerdo de Cooperación con Canadá, pero los antecedentes de la ESA se remonta tiempo atrás.

En 1962 las naciones europeas deciden tener dos agencias: una para desarrollar un sistema de lanzamiento, la Organización Europea para el Desarrollo del Lanzamiento (ELDO); y otra, la Organización Europea de Investigación Espacial (ESRO), para desarrollar naves espaciales. Aunque ESRO se consolida como líder en la exploración espacial, ELDO se enfrenta a problemas tecnológicos, sobrecostos y disputas políticas, la opción fue crear una nueva organización espacial europea que fusione los objetivos de sus antecesoras. Así sucede en 1975.

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El furor satelital

COS-B y el estudio de la radiación electromagnética de alta energía funcionó con éxito durante seis años y ocho meses, de hecho, más de cuatro años de lo previsto. El análisis de los datos científicos y la producción del archivo científico de la misión se completaron en 1985, diez años después del lanzamiento. Uno de sus creadores, el científico Brian Taylor, señaló que, durante su vida útil COS-B multiplicó por 25 la cantidad de datos sobre rayos gamma. Entre los resultados se incluyen el Catálogo 2CG, que enumera unas 25 fuentes de rayos gamma, y el primer mapa completo de rayos gamma de la Vía Láctea. Un éxito que consolidó el camino de la ESA.

El camino ha sido largo y entre algunas de las aportaciones más importantes de la ESA, se encuentra su contribución al desarrollo satelital no sólo para obtener datos que ayuden a una mejor comprensión del Universo, sino a entender también la Tierra como una aldea global interconectada.

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Los satélites de observación de la Tierra desempeñan un papel fundamental en la monitorización de los ecosistemas. El programa Copernicus, cogestionado por la ESA y la Comisión Europea, recopila diariamente terabytes de datos ambientales que contribuyen a una comprensión exhaustiva de los desafíos climáticos y ambientales.

La información captada por Copernicus permite rastrear incendios, detectar tasas de deforestación, medir la erosión costera e incluso detectar con precisión las emisiones de gases de efecto invernadero (gracias a Sentinel-5P).

Los programas satelitales han dado como resultado una variedad de beneficios en tierra firme. Otros programas más recientes, tienen objetivos particulares que subrayan la responsabilidad social de la agencia. El programa TIGER, recientemente lanzado por la ESA en colaboración con la Unión Africana, busca fortalecer la gestión del agua en este continente gracias a datos satelitales que permiten una mejor cartografía de los recursos hídricos con un aumento del 25% en la precisión de los mapas de agua subterránea.

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Celebración de logros

En sus primeros 50 años, la ESA ha logrado importantes avances en la exploración espacial, la ciencia, la tecnología y la cooperación internacional. Entre sus logros más significativos está su participación en la Estación Espacial Internacional (ISS), incluyendo la provisión de módulos, como el módulo Colombus.

La contribución al desarrollo y funcionamiento de la ISS ha sido clave en varios aspectos, como la logística de las misiones, la participación en experimentos científicos y el desarrollo de tecnologías espaciales innovadoras como la impresión 3D en el espacio. Las tecnologías desarrolladas para los vuelos espaciales han permitido avances considerables en medicina, por ejemplo, la miniaturización de los sensores biomédicos utilizados a bordo de la Estación Espacial ha inspirado equipos para el diagnóstico precoz del cáncer o la monitorización cardíaca.

La ESA también ha fortalecido el desarrollo de cohetes como Vega y Ariane. La versión más potente del nuevo cohete de carga pesada europeo es Ariane 6, que pesa 8 mil 200 toneladas, casi mil toneladas más que la Torre Eiffel.

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La Agencia Espacial Europea (ESA) ha realizado misiones exitosas para la exploración de otros cuerpos celestes, como el caso de Rosetta, que aterrizó sobre un cometa; además, Cassini-Huygens llevó tecnología europea hasta Titán, la luna de Saturno; y ha realizado misiones de exploración a planetas como Marte (ExoMars), Júpiter (Juice) y la Luna (LISA).

En un futuro cercano planea una misión para conocer más a fondo las peculiaridades de Venus y lo que podría pasarle a la Tierra, se piensa que Venus tuvo en algún momento de su historia un aspecto muy similar al de la Tierra, pero sufrió un cambio climático irreversible.

Para lograr todos estos objetivos, durante las últimas cinco décadas, la ESA ha crecido, desarrollando proyectos cada vez más innovadores, y sumando más países, entre los que se encuentra Eslovenia, que se ha convertido en el último país en integrarse a partir de enero de este año. La unión de esfuerzos más allá de las fronteras europeas sigue funcionando. Muy pronto la ESA lanzará la misión SMILE (Explorador del Enlace entre la Magnetosfera y la Ionosfera del Viento Solar), una misión conjunta con la Academia China de Ciencias.

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También se cumple medio siglo de Estrack de la ESA, la red de estaciones de seguimiento, un sistema global de estaciones terrestres que proporciona enlaces entre satélites en órbita y el ESOC (Centro Europeo de Operaciones Espaciales) en Darmstadt (Alemania). La red principal de Estrack integra siete estaciones en siete diferentes países europeos.

La función de estas estaciones de seguimiento terrestre es comunicarse con las naves espaciales, transmitiendo comandos y recibiendo datos científicos e información sobre el estado de las naves espaciales. Esta red brinda la oportunidad de rastrear naves espaciales en cualquier lugar: orbitando la Tierra, observando el Sol, orbitando los puntos de Lagrange Sol-Tierra, que son científicamente cruciales, o viajando a las profundidades de nuestro Sistema Solar.

Este ciclo de la ESA también es el final de algunos proyectos, que curiosamente también involucran a los rayos gamma, el objeto de interés de la primera misión que tuvo la agencia. Este año finaliza el periodo de funcionamiento de Integral, el observatorio de rayos gamma presentado en 2002. También concluye el ciclo de Gaia, que finaliza una década cartografiando las estrellas.

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Todo final es una oportunidad de inicio. Hace dos años se presentó el telescopio espacial Euclid y se espera que muy pronto publique su primera compilación de datos que ayude a una mejor comprensión de la energía y la materia oscura mediante el estudio de la aceleración del universo. Por otra parte, la ESA afina los detalles de un nuevo proyecto de telescopio inspirado por la estructura del ojo de un insecto.

La ESA y OHB Italia diseñaron Flyeye un telescopio espacial único. Su amplio campo de visión servirá para identificar nuevos asteroides que podrían representar un peligro para la Tierra. Flyeye puede capturar una región del cielo 200 veces más grande que la Luna llena en una sola exposición. Es así que las posibilidades de la ESA se multiplican en cada nuevo ciclo. Con un presupuesto de 7 mil 680 millones de euros para este año y una plantilla de más de 2 mil 500 científicos, la ESA sigue haciendo historia a medio siglo de su fundación.

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